sábado, 24 de enero de 2009

Un encuentro fortuito

Un día, al salir del trabajo, te encuentras con una pareja a la que no ves desde hace tiempo. Él es un antiguo compañero de colegio, ella es su mujer desde hace casi veinte años. Fuiste a su boda. Y al bautizo de su primer hijo. Al de la niña no, ya no os veíais tan a menudo. Entráis en cualquier bar para tomar unas cañas y hablar de vuestras vidas. Sus novedades son las novedades de sus hijos. Tus novedades no existen. Se cambiaron de casa, el mayor va a empezar la Universidad, a la niña le gusta salir por las noches… Tú sigues viviendo en el mismo sitio (pueden recordar la dirección) y sigues trabajando en la misma biblioteca. Te preguntas (una vez más) qué has hecho en estos últimos años. Cuando os ponéis los abrigos para salir el cuello del abrigo de tu amigo se ha quedado doblado y ella, en un acto reflejo e inadvertido, se lo acomoda con delicadeza, mientras seguís hablando. Os hacéis el firme propósito de llamaros un día de estos para charlar con más calma, aunque, en el fondo, sabéis que la próxima vez que estéis juntos será de nuevo por casualidad.

Luego llegas a casa, querías ponerte a escribir, pero te pasas la tarde mirando por la ventana, viendo pasar los trenes. Al final del día te acuestas pensando que nadie va a colocarte el cuello de la camisa cuando, mañana, te vistas de cualquier manera para ir al trabajo. Y, a pesar de que hace tiempo que lo tienes asumido, esa noche no te duermes hasta el amanecer.

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