miércoles, 11 de marzo de 2009

la discusion

-Solo digo que no lo entiendo. Lo siento, no lo entiendo
-No, quien no lo entiende soy yo. Y ciertamente no me esperaba esto de ti, hijo.
Están en la cocina. Preparando la cena.
-¿Cuándo pensabas decírmelo?
-Pero si no hay nada que decir. Estamos conociéndonos. Él es un buen hombre.
-¿Y eso cómo lo sabes?
-Mira Jesús, te estás pasando. Estás siendo patético.
-¿Patético?, No, patético, no. Sólo me preocupo por ti.
-Pues creo que te estás equivocando. Me da lástima tu reacción. No creí que fueras a reaccionar así.
-Mamá por Dios! ¿Pero cómo esperabas que reaccionara?, ¿Qué tengo que hacer, invitarle a cenar y después fumarme un puro con él y explicarle lo que debe hacer a mi madre y cómo?
-Nunca te he dado una bofetada, pero desde luego te estás ganando una. Pero ¿que te molesta? ¿Qué es lo que tanto te molesta de todo esto? ¿Qué alguien me quiera? ¿Qué alguien pueda querer estar conmigo?. Si no fueras mi hijo pensaría que estas celoso.
-¿Celoso? ¿Yo?.
-Si, tu, celoso. Sí, lo estás, sí.
-Pero mamá...
-Celoso, envidioso, enfadado, molesto...
Jesús ha preparado una ensalada y está colocando los platos y los cubiertos en la mesa de la cocina. ha dejado de mirar a su madre. No la escucha.
-Mírame cuando te hablo!. Te estoy hablando a ti. A mi hijo perfecto. A mi hijo tolerante. A mi hijo involucrado en todas las causas sociales, el comprometido con la infancia, el que es capaz de comprender a los padres de sus alumnos, pero no es capaz de aceptar que su madre pueda tener un...un...un... novio. ¡Me da hasta vergüenza decirlo delante de ti!. Deja de juzgarme ¿quieres?, deja de ser tan poco comprensivo conmigo. Tu que siempre te las has dado de ser ese hombre intachable, ese hombre equilibrado, resulta que estás siendo todo lo contrario conmigo. ¿Sabes que pienso?, eh, ¿sabes lo que estoy pensando? Que tu, que tu tienes envidia de que yo tenga pareja. Siempre has dicho que no necesitabas nadie a tu lado. Cuando Susana y tu lo dejasteis, no entendí nada. Pero lo acepté. Igual que acepté que decidieras no querer volver a estar con nadie, que pensaras que no querías tener a nadie más a tu lado, que para ti había sido tan pleno estar con ella que ya no necesitabas a nadie más. Ni siquiera entendí que no estuvieras triste, o que no lo demostraras delante de mi. Pero yo lo acepté. Yo sólo quería lo mejor para ti, y si lo mejor para ti era eso, yo no tenía nada más que añadir. Creo que en el fondo tu te montaste tu película de hombre autosuficiente, y te creaste ese halo de misterio en torno a tu vida y te vestiste de enigmático y superhéroe, de puedo con todo, no necesito el amor. Pero ¿sabes?, es mentira. Todos necesitamos el amor. TODOS. No hay ni un sólo día de mi vida en que no me acuerde de tu padre. No hay un solo día en que no eche de menos sus brazos, sus palabras, sus besos, sus noches y sus días. Pero tu no, tu no, tu eres el hombre de hielo, el que se encierra en su cuarto a escribir y se inventa su mundo mágico a su manera. Pero dime ¿acaso no hay un corazón que late debajo de toda esa estructura, acaso no corre sangre por tus venas?......... Te agradezco mucho todos estos años a mi lado, todos estos años cerca de mi, pendiente de mi, preocupado por mi... Pero yo estoy viva (como lo estás tu) y yo quiero seguir viviendo mi vida, con novio o sin él, pero no voy a dejar que se vaya ningún tren. Quiero exprimir cada segundo de vida, quiero disfrutar cada momento que me quede por vivir, y lo voy hacer le gusté o no a mi hijo... ¡Deja de cuidarme y cuida de ti!
La madre sale de la cocina. Jesús, se he quedado mirando a la puerta por donde ella ha salido. Está sentado frente a su plato de ensalada. Está mudo. Quieto.
Fundido en negro

lunes, 9 de marzo de 2009

Conversación en El largo adiós.

Antes de que ellas llegaran, podía pasarme horas enteras inventando historias; luego las escenificaba en solitario, interpretando de forma alternativa a cada uno de los personajes. O, si mi padre se había acordado, leía y releía los tebeos del Capitán Trueno que me había traído hasta sabérmelos de memoria. También disfrutaba ordenando una y otra vez, siguiendo diferentes criterios, mis colecciones de cromos. Todo esto era antes de que llegaran ellas.

Otras veces escribía ingenuas historias policíacas y se las leía a mi madre, mientras hacía las labores; mi madre era una crítica excelente, porque tenía algo de lo que adolecen los sesudos colaboradores de los suplementos literarios: sentido común (por ejemplo, no le resultaba creíble que la policía se fuera a dormir teniendo acorralados a los criminales, simplemente porque se hacía de noche y era hora de acostarse: ¿no me daba cuenta de que los malvados se habrían escapado antes del amanecer?). O nos pasábamos toda la tarde en el río al salir de la escuela. Antes de que llegaran. Ellas.

Pasó el tiempo, fuimos al colegio y después al instituto. Y fue entonces cuando, de repente, sin posibilidad alguna de reacción, embotándote los sentidos, obnubilada la mente, haciéndote latir con fuerza el corazón… fue entonces, digo, cuando ellas llegaron. Y ya nada volvió a ser lo mismo, ya nada te llenaba si ellas no estaban, las aventuras con las que tanto disfrutabas se convirtieron en tonterías infantiles, el Capitán Trueno fue degradado a soldado raso y acabó metido en un baúl, incluso el río perdía todo interés sin ellas dándose un chapuzón…

Llegaron las chicas y lo cambiaron todo.

Nunca pensabas qué podría ocurrir cuando ellas se fueran. Jamás lo pensabas, pero un día te das cuenta de que, también de repente, igual que llegaron, se han ido. Todas. Y han dejado desolado el campo de batalla.

Ni siquiera han recogido los despojos.
… ... … … … … … … … … … … …
Jesús me mira, pero no dice nada. Virginia me pone otra copa.