lunes, 19 de enero de 2009

Entre la vida y la muerte

¿Conocéis esa expresión que dice: un centímetro, un kilómetro? Quiere decir, que a veces te equivocas por un centímetro, y el resultado es que te equivocas por un kilómetro.

Más o menos estoy así. Aunque no depende de que yo me equivoque o no. Depende de unas pruebas.

Hace 3 días, viajé 90 kilómetros para adoptar un gatito que hiciese compañía al que ya tengo (¿recordáis su castración?). Cuando le trajimos, nos dijeron que al principio no dejásemos verse a los gatos porque se llevarían mal, o se asustarían.
Así que el primer día dejamos que el nuevo gatito investigara la casa a solas. Pronto descubrimos, que este gatito, en realidad, era una preciosa gatita. Fui al veterinario, para asegurarme de que no tenía nada contagioso para nuestro Buddha, ya que tenía muchos moquitos la pobre.

Mi estancia allí fue horrible. Le diagnosticaron neumonía muy avanzada, la cual, si no se aplicaba tratamiento, le dejaba unas semanas de vida. Además, tenía infección en los ojos, y lo peor de todo. Tenía riesgo de padecer leucemia (cáncer en la sangre, por tanto incurable), o inmunodeficiencia felina (es decir, VIH, también sin tratamiento).

Aún no la había cogido excesivo cariño, pero si lo justo para ponerme muy triste por ella. Cuando llegué a casa, pensé que podría dejar que se vieran Buddha y ella, así, si se llevaban mal, tendría menos sentimiento de culpa si me deshacía de ella tras las pruebas de leucemia.

Pero ocurrió algo mágico.

Cuando Buddha entro en la habitación en la que ella estaba, tan mocosa, tan delgaducha, con esa mirada enfermita, y con los ojos mojados aún por las pruebas en el veterinario, que parecía que hubiera estado llorando, no supo qué hacer. Miraba a la gatita desde todas las perspectivas posibles, y no entendía qué era aquello. En cambio, ella, lo tenía claro. Se acercó a él, y con energía se frotó con su cabeza bajo su cuello, expresándole su alegría de ver alguien con quien acurrucarse, alguien con quien compartir su amargura, alguien a quien abrazar cuando no pudiera más.

Entonces, comprendí que esa gata tenía que salir adelante fuera como fuera. Desde aquel momento, no me he separado de ella, obligándola a beber, a comer, y sobre todo dándola mucho mucho calor humano.

La neumonía ha mejorado muchísimo. De eso ya no se va morir, no lo permitiré. Pero mañana por la mañana, me dan los resultados del test de leucemia y VIH. Si cualquiera de estas pruebas fuera positiva, tendríamos que deshacernos de ella, o incluso... ponerla la inyección. Por cobardía, sin duda haría lo primero, la llevaría a una perrera. Nunca se sabe cuanto puede vivir un ser vivo enfermo. Pero siempre pensaría: "¿y si nunca se lo habría pegado a Buddha? ¿y si la abandoné sin motivo?".

Así se encuentra ella y así me encuentro yo: entre la vida y la muerte.

...

Sólo puedo hacer una cosa: rezar sin creer en dios.

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