sábado, 17 de enero de 2009

El desván

Las niñas me preguntan si tío Jesús no se va a casar. Que si no quieres hacerlo.
Hace frío. Miguel y yo paseamos por las calles del pueblo. Este olor a monte...! ¡Cómo le echo de menos cunado estoy en Valladolid!. Paseamos por las calles de La Cavada, el pueblo de la "bisa" (nuestra bisabula materna Minervina).
Siempre que tengo un rato me voy a La Cavada, me siento tan agusto por aquellas callejuelas.... Mi lugar en el mundo... Esta paz no la he encontrado en otro sitio. De niños, Miguel y yo pasábamos siempre allí las vacaciones. En Navidad y Semana Santa íbamos con muestros padres, pero ya en verano, cuando éramos más mayores, mi madre nos llevaba a la estación de Campo Grande y nos dejaba montados en el tren. El tren playero, lleno de gente que se iba a pasar el día Santander. En cambio nosotros nos quedamos un poco antes. Llegábamos a Torrelavega y allí nos bajábamos. El tío Buenaventura, mayor, muy mayor, siempre le conocí así. Nos esperaba con la camioneta y nos llevaba hasta el pueblo. Antes, eso sí, la parada obligada en Liérganes para comprar "los corazones", esas galletas con sabor a canela que tanto nos gustaban. Al llegar a casa, la "bisa" nos esperaba con los brazos abiertos y un gran vaso de leche recién ordeñada en la mesa de la cocina. Me acuerdo perfectamente del último vernano que pasamos los dos allí. Miguel tenía 15 y yo 13 años. Yo andaba enamorado de mi prima Isabel (¿que habrá sido de ella?) y en el desván de la casa de la "bisa" nos dimos aquel primer beso de adolescente que no he podido olvidar... La "bisa" se murió en los últimos días de aquel Agosto. Miguel y yo nos poníamos muy pesados hacia el 15, que coincidía siempre con la llegada de mis padres a pasar la última quincena con nosotros. Sabíamos que se acababa el verano y tocaba volver a casa pronto. La bisa se nos fue el 22, dos días después de aquel beso adolescente. Sentada en la mecedora, dormida, después de la comida. tranquila y con una sonrisa en su cara. En paz. No fui al entierro. Preferí quedarme en casa saboreando el último recuerdo de la abuela. Sentado en su mecedora... Ahora aquella casa es de Miguel. tuvo la suerte de poder comprarla y yo allí tengo mi espacio. Aunque algún día yo también tendré allí mi casa. Quiero volver a vivir en el pueblo de la bisa...
Nada pues dilas que no, que su tío es un solteron. (reimos) que no se va a casar nunca.
¿Estás seguro de eso?
Pues cada vez más. Me he acostumbrado a estar solo. Y no es que sea un solitario. me gusta estar con la gente. Pero también me gusta tanto mi soledad. Y eso que tu madre a veces no la respeta nada. El otro día llegó diciendo que me quería presentar a su profesora de pintura, que es una chica encantadora...
(Volvemos a reir)
No te digo que eche de menos tener alguien a mi lado. Tener una mujer bonita cerca de mi, que me aompañe y que me susurre al oido cosas sinceras y amorosas. Pero sinceramente soy feliz así. Me gusta lo que soy y lo que tengo. Me gusta levantarme temprano por las mañanas de los domingos y salir a pasear, perderme por las calles de Valladolid e ir viendo como va despertando la ciudad lentamente. Entrar en un café y leer el periódico y no levantarme hasta que leo la última página. Perderme por entre el barullo ya organizado de los puestos de venta de monedas y sellos de Fuente Dorada y acabar tomando el vermut en alguna de esas tascas de la Plaza Mayor donde a eso de la una apareceran Pinto, Salva y los demás. Y por las tardes ponerme en casa a escribir mis cuentecitos... Soy independiente y me gusta mi independencia. Me gusta hacer mis cosas. Y creo que si tuviera alguien a mi lado no podría hacerlo. O lo haría más condicionado. Soy feliz así.
El paseo termina. Llegamos a casa. Las niñas, que ya se han despertado de la siesta vienen corriendo y me piden que les lea un cuento. "El que escribiste el último, ese de la luna llorona..."
Vale, les digo. Pero ya sabéis donde me gusta contaros los cuentos, ¿no?
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, dicen ellas emocionadas.
Subimos al desván. Aquel donde antaño besé por primera vez, ingenuamente y sin saber a mi prima Isabel. Nos sentamos y ¡empieza la función! ¡es mi momento del día!

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