martes, 27 de enero de 2009

Alguien que te llore

Tengo la costumbre de subrayar los libros. Por eso, si alguien me pide alguno prestado primero lo reviso a conciencia: prestar un libro subrayado es como desnudar un poco tu alma, así que invento una excusa, por ejemplo, que, debido al desorden en que tengo mi casa, no consigo encontrarlo (es mi excusa más socorrida). Pero, a veces, por no tener un lápiz o un marcador a mano, acabo un libro y éste queda incólume, sin problemas, por tanto, para ser prestado.

Hará cosa de una semana, a raíz de un comentario sobre la atracción que ejercían algunos profesores sobre sus estudiantes, X, mi compañera de trabajo en la biblioteca, afirmaba que esa atracción dependía mucho del sexo de ambas partes: las alumnas se enamoraban de sus profesores, pero los alumnos se sentían indiferentes ante sus profesoras, porque era bien sabido que las chicas buscaban edad y experiencia en sus parejas, y los chicos todo lo contrario. Para desmentirla le cité uno de mis libros favoritos, la novela autobiográfica de Stephen Vizinczey En brazos de la mujer madura, donde se demostraba justamente lo contrario. La leyó enseguida y me pregunto si podía recomendarle algún otro libro del mismo autor. Me había gustado El hombre del toque mágico y bromeé sobre lo bien que vendría leerlo en estos tiempos de crisis, aunque se hubiera escrito hacía unos años: cuando, en la novela, le comunicaban a un trabajador su despido, dos empleados de seguridad lo acompañaban hasta la calle ipso facto, para evitar que, en un legítimo arrebato de rabia, pudiera alterar los datos almacenados en los equipos informáticos. Prometí que lo buscaría, aunque ya sabía que en mi casa, etcétera, etcétera. Afortunadamente, no tardé mucho en dar con él, lo revisé según mi costumbre y, al encontrarlo limpio de polvo y paja, se lo presté sin más.

Hoy me lo ha devuelto. Creía que eran figuraciones mías, pero a lo largo de la mañana la he sorprendido mirándome pensativa. Y luego ha sacado el tema de las redes sociales, de lo fácil que es conocer gente por internet, de viajes organizados… Nada más llegar a casa me he puesto a releerlo por si encontraba alguna pista que explicara su extraña actitud. La solución no estaba en el argumento de la novela, sino en un párrafo subrayado en amarillo y remarcado, además, con un círculo de color naranja; supongo que cerré el libro antes de que la tinta estuviera seca y las páginas se pegaron, de forma que no pude descubrirlo en mi análisis concienzudo habitual.

“Es muy triste que muera una persona que deja a una familia desconsolada, pero es más triste todavía que el que se va no deje a nadie que le llore. Es como si los muertos que ya no tienen lazos con los vivos murieran de un modo más inexorable, como si nunca hubieran vivido.”

No lo recordaba, pero la idea me resultó familiar, seguro que mucha gente ha escrito algo parecido. Pienso vivir muchos años y, para evitar morir de un modo inexorable, como si nunca hubiera vivido, como dice la cita, estoy escribiendo una novela; estoy intentando hacerlo, quiero decir. Porque, tengo que admitirlo, creo que no, no dejaré a nadie que me llore.

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